Uno de los temas reiterativos que hemos escuchado de adolescentes en nuestro quehacer, es el de las relaciones con sus pares. Se trata sin duda de personas especiales, sensibles, que son capaces de detectar que “algo” no está bien, no es sano, y sin duda, es dañino para su salud, ya que se observan cambios de humor, decaimiento, dolores de estómago, cabeza, etc, acompañado del desafío diario de asistir a la escuela. Algunos especialistas llaman a esto “sobrevivir” la adolescencia. Los padres ven con preocupación cómo sus hijos entran en un remolino de emociones y relaciones dañinas que no pueden manejar desde lo común y cotidiano, y los supera en tristeza y acciones que no dan en el clavo. ¿Qué hacer? Ojalá hubiera recetas. Pero no. Cada hijo necesita lo propio. Fijarse en los recursos personales y habilidades únicas de ese hijo, ayudará a que el joven pueda salir de este “circuito vicioso” y cambiar sus pensamientos y estado emocional. Por ejemplo, la música, el deporte, la pintura, manualidades, la lectura, el servicio social, o aquello que al hijo le atraiga y lo haga sentir bien, hará que este padre y este hijo tengan conversaciones sobre temas comunes, y los unirá más. Y desde ahí, se instalará un lugar seguro y cariñoso en que ambos puedan “descansar”, se cimentará la confianza, y el joven sabrá que existen lugares amigables más allá de lo que imaginaba. Entonces, replicará esto que “ha sentido”, y que es verdadero, porque se trata de él mismo, en todos aquellos lugares donde se encuentre, ya que ha descubierto algo nuevo, partiendo por la seguridad en sí mismo, en este incipiente camino de búsqueda de su identidad.
Acompañando a los Adolescentes